Recurrencias

La primera vez que vi una computadora de cerca fue en 1988. Yo tenía trece años.
Los dueños de esa maravilla eran un matrimonio, amigos de mi viejo, y estábamos en su casa para otra cosa. Recuerdo que el tipo sacó un teclado algo gordo de una caja, lo conectó a la tele y tecleó algo. Recuerdo que esperé lo que me parecieron horas hasta que el hombre puso algo que pude reconocer como un juego: un sprite que rebotaba por la pantalla, al que había que perseguir con un lapiz óptico. Recuerdo que le brillaban los ojos. A mi también.
Cuatro años después, yo ya había tenido mi commodore64, y me había pasado tardes enteras peleándome con programejos en basic, haciendo juegos que me llevaban mas tiempo de desarrollo que lo que me pasaba jugando. No tenía diskettera ni dataset, así que los copiaba en una hoja y los tipeaba (o inventaba) cada vez.
Entonces estaba en un grupo de personas que se juntaban a intentar ser espirituales sin conseguirlo, y coincidió en el mismo grupo la esposa del primer geek que conocí.
Y coincidió que su matrimonio se estaba cayendo a pedazos. Y coincidió que yo me creía más grande de lo que era, y coincidió que ella busco soporte en mi. Y coincidió que nos besamos. Y coincidió que yo era virgen, y deje de serlo.
Ella tenía treinta años. Yo diecisiete.
Aquello duró poco, porque no estaba hecho para durar.
Yo fui a dar por terminada la aventura, y me encontre con él.
Tuve miedo. Era mucho más alto que yo, y tenía motivos para estar furioso. Pero no me rompió la jeta de una trompada. Me dijo que me vaya con más tristeza que rabia, y lo dejé cortando el pasto de la casa en la que ya no vivía.
Con los años volví a pensar en eso muchas veces, y me dí cuenta de algunas cosas, mientras me acercaba a la edad que ella tenía entonces.
Y me pasó otra cosa: empezé a entenderlo a él, a pensar en las cosas que pasaron desde su punto de vista, a ponerme en sus zapatos.
Hoy termino de entenderlo.
Dolorosamente.
Hoy soy él.
Hoy tengo que dejar mi casa.
Y el pasto no para de crecer.