sábado, 25 de julio de 2009

Rescate emotivo

-------Corte aqui para saltear la intro-------

Ayer estaba revisando unos cds viejos (muy viejos), buscando algun juego para jugar en red en una lan con maquinas viejas. Encontre uno que se llamaba 3Dgames, que tenia varios: el viejo wolfenstein, el doom 1, el 2, el heretic, el hexen, el rise of the triad, el duke nukem y mas. Tambien encontre una carpeta llamada "Mis Documentos 04-99". Atrapado por la curiosidad, me puse a revisar mi vida de hace diez años, y encontre este cuento... Y como ultimamente estoy falto de inspiración (no de anécdotas, sino mas bien de la capacidad para hacerlas parecer interesantes) voy a dejar que el blogger que no fui venga al rescate del que soy.
Pido disculpas de antemano por la longitud y la oscuridad del cuento. Y tambien por el estilo, aunque no porque piense que esta mal escrito, sino todo lo contrario: pido disculpas porque me parece que no supe mantenerlo. En claro, creo que escribía mejor antes.

-------Fin de la intro-------

Enero


  Hoy nos llegó la carta. Tiene membrete oficial, nos acusa como denunciantes sin especificar ni fechas ni situaciones, y nos invita a mudarnos a los bajos en los próximos treinta días. A esa altura de las cosas ya no nos lo esperábamos. 
  Habían pasado seis meses desde el problema con las cloacas, que fue el que generó la primera división de la ciudad en altos y bajos, y las marchas, los panfletos y las quejas habían sido olvidados. O al menos eso creíamos hasta que llegó la carta.
  Así que nosotros éramos denunciantes, y nos teníamos que ir. En estos últimos tiempos los cercos se habían estrechado bastante, así que debimos imaginarnos que pasaría esto. Al principio los denunciantes eran ignorados. Luego fueron multados, y al final, con el vallado de la ciudad, se los obligo a quedarse en los bajos para siempre. A muchos no les cambió mucho la vida, porque de todos modos vivían ahí. A los que quedaron del lado norte por casualidad, como nosotros, no se los obligo a irse, pero se los amenazo con el destierro si reincidían. Por lo visto necesitaban espacio para nueva gente decente en los altos, y nuestra casa era una de las pocas construcciones pobres de la zona.
  En parte era bueno mudarse a los bajos. Todos nuestros amigos habían quedado de ese lado.

Febrero

  En febrero fue la mudanza. Nos asignaron un lugar en el sur, cerca de lo que era el policlínico, que aún funcionaba a medias en los pisos superiores. La casa no estaba del todo mal. Como el resto, el piso de abajo estaba clausurado, y arriba había una casilla hasta la que subían los caños de agua y gas, como una enredadera de plástico en la pared del frente. En esa zona de la ciudad la mierda ya tenía unos cincuenta centímetros, así que los pobladores usaban pantalones de caucho enteros, y barbijos permanentes. Fue lo primero que compramos al llegar.
   
Marzo

  La mierda que rebalsa de las cloacas ya subió otros diez centímetros. La gente que vive acá desde que empezó todo ya no contabiliza esas cosas. Para colmo, cada vez hay mas gente en los altos, y los caños que vienen de allá se multiplican bajo tierra. Creo que nunca sería albañil de los bajos. Es un laburo de mierda, literalmente. Ese tema me preocupa. Cuando nos desterraron nos quedamos sin trabajo, y acá está tan difícil como en cualquier otro lado. Es cierto lo que dicen; que la solidaridad entre vecinos creció mucho acá, pero de todos modos... la cosa es que se nos terminan los ahorros, y vamos a tener que hacer algo. Espero que tomen a Susana en la escuela 45, que nos queda cerca, aunque no sea muy cómoda. Es una construcción de techo bajo, y cuando levantaron el piso con tarimas de madera flotantes quedó apenas espacio para moverse. Los chicos caben sentados, pero si esto sube veinte centímetros más la maestra va a tener que enseñar cuerpo a tierra.

Abril

  Setenta centímetros. Conseguimos trabajo en una fotocopiadora en la escuela, eso nos alcanza para pagar el alquiler. Los del río y los de los altos siguen engrosando las murallas que contienen la mierda, mientras hacen licitaciones delirantes con empresas fantasmas del exterior para destapar nuestras cloacas. Con Susana nos hicimos una balsa con barriles de doscientos litros, para poder ir a la escuela sin mancharnos. Estamos remando con palos, como en Venecia. A la vuelta, de vez en cuando, nos hacemos una provisión de arroz, fideos, polenta y otros envasados (porque las verduras no llegan, y plantar es imposible), para no tener que volver a salir más tarde. De casa al trabajo y del trabajo a casa.

Mayo

  Hace dos meses que no tenemos luz. La central cortocircuitó con la mierda, y nadie se atrevió a arreglarla, ni tiene con qué. Los diarios no se volvieron a repartir, y de las radios solo de escucha ruido blanco, con ráfagas de palabras, quizás de alguna radio uruguaya. La cosa es que nuestra única fuente de información son los rumores, que circulan rápidos en la escuela y el almacén. Los rumores anuncian que se vienen las elecciones. No sabemos si podremos votar. No sabemos si nos consideran ciudadanos, siquiera personas. Pero tenemos la esperanza de que algún candidato en campaña piense que sería un buen gesto de su parte darnos una mano con las cloacas. A esta altura, muchos de nosotros estamos enfermos, tenemos manchas en la piel y vivimos débiles. Cientos de personas murieron ahogadas en accidentes o por voluntad propia. Se hace difícil mantener a los chicos a salvo. La mierda lleva un metro de profundidad, y sigue subiendo.

Junio

  Las elecciones son en agosto, y parece que sí somos ciudadanos, porque van a habilitar urnas en todas las escuelas para que podamos votar. Además, se está corriendo la bola de que los candidatos van a venir. Quizás sea para bien. Hace mucho que no viene nadie de afuera a asomar la nariz por este chiquero. Quizás sea un buen signo que venga alguien, aunque sea para vendernos un buzón más. Las cosas por acá siguen empeorando, si es que eso es posible. El nivel sube, y el cansancio también. 

Julio

  El helicóptero de los candidatos llegó a posarse sobre el ex policlínico, y los políticos bajaron rápidamente con sus cámaras y sus guardaespaldas. Todos los habitantes de los bajos fueron invitados insistentemente al debate. Cientos de policías vinieron, y aterrizaron sus helicópteros en las casas más altas. Nadie que pudiera moverse pudo faltar. Los enfermos quedaron custodiados. Susana y yo fuimos obligados a ir.
  El debate se preparó en una sala enorme, y un circuito cerrado de televisión llevaba la voz y la sonrisa de los candidatos a todo el edificio habitado. Las cámaras de televisión de los partidos y sus canales no filmaban el exterior, sino la fiesta, y sobre todo a los candidatos. Ellos hablaban a la multitud sobre el bien del país, el crecimiento de la economía, el patriotismo, la seguridad y las relaciones mundiales. Como siempre, todos el mismo discurso. Las principales discusiones eran sobre el aspecto de tal o cual político, sobre la simpatía o el carisma, sobre el perfil popular de éste o aquel, de uno o de otro. Nadie habló de las cloacas. Nadie dijo mierda. Las pocas preguntas permitidas al público fueron hechas por gente que no vivía con nosotros, extraños mal disfrazados de vecinos, y se refirieron a las mismas discusiones sin sentido. Al promediar el debate empece a sentirme mal. Era algo normal en los últimos tiempos, creo que me había enfermado, y casi cualquier cosa me daba náuseas. Debe haber sido más fácil acostumbrarse al olor para la gente que estaba acá desde el principio. Todos los desterrados y los recién llegados estabamos enfermándonos. Los vecinos viejos nos decían "blanditos", cariñosamente. La cosa es que salimos de la sala, y llegamos a la planta baja, que estaba vacía. El piso no tenía salida a la calle, estaba medianamente sumergido y las aberturas estaban selladas. De todos modos, solamente funcionaba la morgue. El olor era horrible, pero era mejor que la multitud.
  Vimos por televisión el fin del show. Hubo un gran movimiento y los candidatos, sus cámaras y sus guardaespaldas partieron en el mismo helicóptero en el que habían llegado. El circuito cerrado empezó a transmitir el himno a todo volumen, y las imágenes fueron reemplazadas por una pantalla fija, con el escudo nacional y la bandera.
  Al terminar el himno se cortó la luz. Se habían llevado el generador, y los televisores pasaban a ser solo otro juguete inútil. Sin el brillo de las pantallas, el hall de la planta baja fue iluminado solo con la luz que bajaba por la escalera. Y junto con la luz escuchamos gritos. Hasta nosotros llegaba el ruido de la multitud desesperada por salir, apretujándose en las escaleras, golpeando las puertas sin conseguir nada. Y segundos mas tarde llegó el olor del gas. Era extraño, frío y silencioso como una víbora. Corrimos con Susana por los pasillos a oscuras, hacia la única salida posible de ese infierno: el hueco de un ascensor en desuso hacia meses. Lo encontramos, abrimos la puerta y saltamos a lo negro perseguidos por la muerte fría. 
  El hospital tenía tres subsuelos, todos ellos inundados. Cuando caímos al agua y a la oscuridad no sabíamos a que profundidad estábamos, pero de todos modos sabíamos que tendríamos que encontrar la salida. Nos agarramos de los cables, rogando que el ascensor no estuviera debajo nuestro, y yo me sumergí en la mierda para buscar una abertura. Encontré la puerta justo debajo de nuestros pies, subí para tomar aire y contarle a Susana, y me sumergí para abrirla. Cuando lo hice, entre en la habitación, subí y encontré aire. No tenía idea de dónde estaba, pero en esa pieza había unos treinta centímetros de aire enrarecido, y todo era mejor que el gas. Así que volví a salir al hueco del ascensor, y guié a Susana hasta el aire. Nadando por el lugar a oscuras, buscando un objeto en el que pudiéramos hacer pie, choqué con una masa sólida y blanda. Quise mantenerme a flote agarrándome de ella, pero se hundió ni bien me apoyé. Pensé que, por suerte, no era nada que estuviera vivo, y entonces vino a mi cabeza una posibilidad que me llenó de terror: quizás estuviéramos en el subsuelo en el que estaba la antigua morgue. Traté de no pensar en eso, de no intranquilizar aún más a Susana con mis paranoias. Seguimos buscando, y al final encontramos algo que posiblemente fuera una camilla, y nos quedamos abrazados, resistiendo las náuseas y los mareos, y intentando no pensar, ni movernos.

  Pasamos muchas horas así, rodeados por un silencio y una oscuridad profundos, invisibles como el olor a muerte que nos rodeaba. Ni un rumor sacudía el edificio, y estábamos al borde de la desesperación. Decidimos intentar salir. Nuestros cuerpos no resistirían mucho tiempo más el frío y la humedad. Nuestros ojos la oscuridad, nuestros oídos el silencio y nuestras fuerzas la angustia de no saber cuanto va a durar la angustia. Así que nos pusimos a buscar, a tientas, el hueco de la escalera, de habitación en habitación. La subida principal estaba clausurada, así que seguimos explorando hasta que encontramos otra subida, apenas cubierta con unas maderas. Trabajamos golpeando contra la tapa durante horas, y al fin salimos a una habitación que parecía ser el cuarto de servicio en el que estamos hoy. Fue un alivio estar fuera del agua, después de quien sabe cuantas horas. Fue un alivio sentarse, desnudarse y lavarse con detergente, y tirar la ropa al agua y volver a poner la tapa. De lo que era mío solo conservo este diario, una especie de carta sin destinatario, y que termino de escribir aquí. La habitación está cerrada. A través de una mirilla se pueden ver pasillos repletos de gente con expresiones desencajadas, las caras del horror, de la muerte asfixiada, de las uñas sangrantes tratando de abrir ésta puerta sin saber que no conducía a ningún lado, más que a la prolongación de la agonía, a la mierda. No queremos mirar, por temor a ver algún amigo. Estamos desnudos y enfermos. No tenemos fuerzas para salir, y hace mucho que no comemos. No esperamos nada de nadie. Vamos a acostarnos en el suelo, a quedarnos abrazados hasta dormir o hasta morir, no importa. Éstos somos. Acá estamos. Acá pertenecemos.